Habia una vez, un pequeño conejo, llamado Blanquito. El pobre estaba preocupado porque no encontraba a sus grandes amigos. Caminaba por el bosque todo triste y miró hacia el cielo, vio al sol. Le preguntó:
- Hola Señor Sol!. ¿ Has visto por aquí a mis compañeros?.
- No, Blanquito. No he visto pasar a nadie lo siento.
-Esta bien, no pasa nada. Voy a seguir buscandolos. Hasta pronto.
Siguió su camino y de pronto escuchó una voz que venía desde el suelo:
- Oye, Señor conejo tenga cuidado que me va a pisar.
- ¿ Quién me habla?. Anda pero si eres una encantadora tortuga. ¿ Tú los has visto?.
- No, lo siento no los he visto. Me tengo que ir. Adios.
- Vale, hasta luego. Vaya, ¿ Dónde se habrán metido?.
Caminó, caminó y caminó. Se chocó con un enorme perro que le dijo:
- Apartate, sucio conejo no ves que tengo prisa.
- Perdón, señor perro. Es que mis compañeros han desaparecido y no los encuentro. Usted tampoco los habrá visto ¿Verdad?.
- No, dejeme pasar ya.
Al final, Blanquito se cansó de buscarlos y regresó a casa. Nada más abrir la puerta todos le comentaron:
- ¡ Sorpresa!. ¿ Cómo has tardado tanto?
- Os estuve buscando. Pensé que os habíais olvidado de mi cumple.
- ¿ Cómo nos íbamos a olvidar de que hoy era tu día?. Aquí estabamos preparandote la fiesta.
Él se puso muy contento, por los buenos y encantadores amigos que tenía. Era la mejor fiesta de cumpleaños que tenía. Nunca nadie se había preocupado por él. La fiesta duró hasta que anochecio. Luego cada uno de ellos se despidió de Blanquito. Después él se quedó sólo y lo pasó mal. Pero se acostó y pensó que tenía unos grandes amigos y que nunca estaría mal con ellos.
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