En una pequeña casa que estába situada en un enorme bosque, vivía una viejecita que no era muy agradable que digamos. Siempre se estába quejando de todo y se molestába cuando alguien ibá a interrumpirla siempre que estába haciendo algo importante. Su nombre era Celeste.
A su casa, solía ir su mejor amiga y cada vez que iba la invitaba a tomar algo y se sentaban y se ponían a cotillear de lo que pasaba en el pueblo. Ésta viejecita solo tenía a ella, ¿ Sabéis por qué?. Pues porque la gente del pueblo no la quería porque tenía muy mal caracter y siempre les llevaba la contraría a todos. Además de ser así, era muy criticona.
Un día, estando en la casa con su conocida, alguien llamó a la puerta. A ella, que no le gustában mucho recibir visitas, se levantó del asiento de muy mal humor y se dirigió hacia la puerta:
- ¿ Quién me viene a molestar?. ¿ Quién es la que se atreve a golpear así a la puerta?. Ahora que estoy yo aquí tan tranquila hablando de nuestras cosas.
Al abrir, se encontró con una simpática y dulce niña.
- Mira, muchacha. ¿ Por qué vienes aquí a interrumpirme?. ¿ Qué es lo que quieres de mí?. No tengo tiempo para tí, lo siento. Puedes irte.
- Pero, señora. Es que mi mamá me pidió que viniese, pues dice que usted hace quesos. Venía para llevarle alguno.
- Marchate, que ya lo de los quesos se terminó, ya me deshice de las vacas, de las ovejas y de las gallinas. Tan solo tengo a Fifí mi gatito y mi fiel amigo Bigotes. Él es uno de los perros más listos y obediente que he tenido ¿ Verdad, Bigotes?. Ahora, hazme el favor de irte de una vez. No me gustan que los niños estén por aquí alrededor de la casa y revoloteando.
Celeste, sin darle más explicaciones a la niña cogió y cerró con bastante ímpetu. Flor, que así se llamaba la pequeña, se quedó un poco triste. La pobre vió que estába oscureciendo y le daba un poco de miedo volver sola a su casa. Pensó en volver a llamar a la casa de esa anciana, pero no quería volver porque esa señora se lo había dicho muy claro.
Vió que al lado había un establo y fué allí para pasar la noche. Su madre estába muy preocupada, porque su hija no volvía y ella pensába que le había pasado algo por el camino. Luego se dijo a sí misma, que a lo mejor esa malvada se habría comparecido de su pequeña y la habría recogido en su casa.
A la mañana siguiente, cuando Celeste fué al establo a ver a su caballo blanco, llamado Aquiles. De repente, oyo un extraño ruido que salía de entre las pajas y pensó, será este horroroso caballo que no hace más que pegarme sustos. Sacó a Aquiles de su lugar y seguía escuchando esos ruidos de malolientes pajas. Ella estába muy asustada y preguntaba:
- ¿ Quién está ahí?. El que sea que salga ya, si no, le tengo que decir que tengo una escopeta en mi mano y se me puede disparar en cualquier momento.
La niña toda asustada salió diciendo:
- No dispare señora, soy yo, la que vino ayer. Ahora mismo me voy y no le molestaré más.
- ¿ Por qué te escondiste ahí?. ¿ Cómo no te fuiste a tu casa?. No te dije que no me gustaba que los niños estuviesen cerca de mi casa.
- Lo sé, pero es que había oscurecido y yo tenía mucho miedo de volver. Entonces, pensé en esconderme aquí en el establo. Lo siento, ya me marcho.
- Espera un momento. Que yo no soy tan mala como dicen en el pueblo. Pasa, te daré un vaso de leche y unas galletas, si te apetece, claro.
- Si, muchas gracias. LLevo sin comer desde ayer por la tarde. Tengo muchísima hambre, además yo como muy bien y desayuno tambien. Que a mi madre no le doy problemas en ese sentido, como todo lo que me den.
- Está bien, pero antes vete a lavarte las manos. Una vez que hayas terminado de tomar el vaso de leche, te coges y te vas. Otra cosa más no te quiero volver a ver por aquí nunca más ¿Vale?.
-Lo he entendido perfectamente. Gracias, Celeste por todo.
La pequeña se tomó el vaso de leche con sus galletas que le había preparado la anciana y ella se lo bebió con muchas ganas. Miraba a la viejecita y veía lo seria que estaba. Tenían razón los del pueblo al decir que era una persona con bastante genio y que no era muy simpática. Pero tenía un gran corazón y eso Flor lo sabía. Una vez que terminó el desayuno, la criatura se despidió de esa anciana cascarrabias y ella le volvió advertir de que no volviese nunca más.
Pero cuando Flor se fué, Celeste sintió el vacio que había dejado esa simpática y encantadora niña. Se decía a sí mismo que no debería a ver sido así de dura con esa dulce Flor. Se sentía Sola y Triste, su amiga venía de vez en cuando a verla, pero no era lo mismo.
Ese mismo día, volvió la alegre muchacha a casa de esa malvada Señora. No se atrevía ni a llamar, la pobre estába tan asustada, pero al final lo hizo. La ancianita se dirigió rápidamente a abrirla y la mandó pasar. Le comentó que sentía mucho el haberla tratado así y que a partir de ahora sería bienvenida en esa casa. Ella se extrañaba y se preguntaba.
- ¿ Por qué ahora está así de simpática?. ¿ Qué raro?. Ella no es así, me trató muy mal hace unos días.
Celeste le explicó que había recapacitado y que se sentía culpable del mal trato que la había dado. Le comentaba que se sentía sola y que le encantaría que fuese todos los días a verla y así hablarían de todas las cosas que les pasaban en el día. Flor accedió a ir a verla y a acompañarla, ya que la niña era una persona muy sensible y no le importaba ir. Iba todos los días no faltaba ni uno, cada vez que entraba por la puerta la viejecita se ponía muy contenta al verla. Al final la ancianita recapacitó y pensó que nunca más volvería a tratar mal a las personas.
- ¿ Quién está ahí?. El que sea que salga ya, si no, le tengo que decir que tengo una escopeta en mi mano y se me puede disparar en cualquier momento.
La niña toda asustada salió diciendo:
- No dispare señora, soy yo, la que vino ayer. Ahora mismo me voy y no le molestaré más.
- ¿ Por qué te escondiste ahí?. ¿ Cómo no te fuiste a tu casa?. No te dije que no me gustaba que los niños estuviesen cerca de mi casa.
- Lo sé, pero es que había oscurecido y yo tenía mucho miedo de volver. Entonces, pensé en esconderme aquí en el establo. Lo siento, ya me marcho.
- Espera un momento. Que yo no soy tan mala como dicen en el pueblo. Pasa, te daré un vaso de leche y unas galletas, si te apetece, claro.
- Si, muchas gracias. LLevo sin comer desde ayer por la tarde. Tengo muchísima hambre, además yo como muy bien y desayuno tambien. Que a mi madre no le doy problemas en ese sentido, como todo lo que me den.
- Está bien, pero antes vete a lavarte las manos. Una vez que hayas terminado de tomar el vaso de leche, te coges y te vas. Otra cosa más no te quiero volver a ver por aquí nunca más ¿Vale?.
-Lo he entendido perfectamente. Gracias, Celeste por todo.
La pequeña se tomó el vaso de leche con sus galletas que le había preparado la anciana y ella se lo bebió con muchas ganas. Miraba a la viejecita y veía lo seria que estaba. Tenían razón los del pueblo al decir que era una persona con bastante genio y que no era muy simpática. Pero tenía un gran corazón y eso Flor lo sabía. Una vez que terminó el desayuno, la criatura se despidió de esa anciana cascarrabias y ella le volvió advertir de que no volviese nunca más.
Pero cuando Flor se fué, Celeste sintió el vacio que había dejado esa simpática y encantadora niña. Se decía a sí mismo que no debería a ver sido así de dura con esa dulce Flor. Se sentía Sola y Triste, su amiga venía de vez en cuando a verla, pero no era lo mismo.
Ese mismo día, volvió la alegre muchacha a casa de esa malvada Señora. No se atrevía ni a llamar, la pobre estába tan asustada, pero al final lo hizo. La ancianita se dirigió rápidamente a abrirla y la mandó pasar. Le comentó que sentía mucho el haberla tratado así y que a partir de ahora sería bienvenida en esa casa. Ella se extrañaba y se preguntaba.
- ¿ Por qué ahora está así de simpática?. ¿ Qué raro?. Ella no es así, me trató muy mal hace unos días.
Celeste le explicó que había recapacitado y que se sentía culpable del mal trato que la había dado. Le comentaba que se sentía sola y que le encantaría que fuese todos los días a verla y así hablarían de todas las cosas que les pasaban en el día. Flor accedió a ir a verla y a acompañarla, ya que la niña era una persona muy sensible y no le importaba ir. Iba todos los días no faltaba ni uno, cada vez que entraba por la puerta la viejecita se ponía muy contenta al verla. Al final la ancianita recapacitó y pensó que nunca más volvería a tratar mal a las personas.
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